UP
La décima película de los estudios Pixar despega, vuela y aterriza en brazos del desapego. Nos muestra los costos y beneficios de liberarse o no de los lastres que nos atan, los que hemos elegido y los que cargamos inconscientemente.
“Carl Fredricksen, un viudo de 78 años, cumple por fin el sueño de su vida: viajar a las Cataratas Paraíso en su casa equipada por miles de globos. Pero ya en el aire y sin posibilidad de retornar, descubre que lleva a un inesperado pasajero, Russell, un explorador de ocho años y un optimismo a prueba de bomba. (FILMAFFINITY/IMDB)
Animación infantil muy para adultos
La gran travesía de Carl Frediksen y el pequeño Russel los lleva a un paraje desconocido y desafiante. Allí el anciano Carl encuentra cientos obstáculos para cumplir su sueño. Estas trabas lo llevan a entender la vida de otra manera.
Dentro de la trepidante aventura, los dos personajes adultos son quienes se enfrentan al reto de aprender y transformarse para ver la vida de otra manera. Carl Fredriksen y Charles Muntz están unidos por un lazo común, ambos están atados a sus viejas creencias, sus antiguas promesas, sus tortuosas obsesiones.
Carl
Comencemos con Carl. En el primer minuto de la película lo vemos cuando niño sentado en un cine, disfrutando y soñando con las aventuras de su ídolo: Charles Muntz. A pesar de vivir en un tranquilo barrio, para él el mundo es un gran escenario donde puede viajar con la imaginación. Conoce a Eli, una niña muy decidida y “echada para adelante”. Tras mostrarle su gran tesoro, su libro de aventuras “que nunca ha mostrado a otro ser humano”, se hacen inseparables. En pocos minutos conocemos su vida de pareja, con alegrías y tristezas, siempre con la promesa de viajar a las soñadas Cataratas Paraíso.
Tras la introducción, nuestro protagonista es un anciano viudo que apenas se mueve. Su entorno ha cambiado, donde habían apacibles casas hoy se levantan imponentes edificios. En ese ambiente pasa gran parte de su tiempo refunfuñando por las obras que lo rodean y, sobre todo aferrado a la casa que, como hemos visto, compartió con Eli.
En la casa él proyecta su vínculo, vemos que incluso le habla como si se comunicara con Eli, advirtiendo a los acosadores agentes inmobiliarios que nunca se irá de allí. La casa significa su pasado, sus recuerdos, también su presente, decidido a vivir allí hasta el último suspiro.
Comienza la aventura
Los guionistas nos hacen sentir lo que Carl siente por su hogar, que es además un acto de rebeldía contra la “especulación inmobiliaria” y el avance del ladrillo que ahoga una vida bucólica.
Apremiado por la resolución judicial que lo obliga a irse a una casa de retiro, Carl se decide a cumplir su sueño, viajar a Sudamérica. Ver elevarse la casa, soltándose las tuberías de cuajo y la construcción de los cimientos nos llena de ilusión.
La casa que flota en medio de pesados edificios es un artilugio bello y metafórico de -aparente- libertad.

A medida que avanza la historia nos damos cuenta que la casa se ha liberado de los cimientos que la mantienen anclada, pero su dueño no. Él sigue atado a la casa, no puede deshacerse de su nido. Aferrado a éste, su empecinamiento tendrá consecuencias para él y para sus inesperados compañeros de viaje, el pequeño Russel, el ave gigante Kevin y el perro parlante, Doug.
Charles Mundtz: “La aventura está allí fuera” pero en realidad está en su corazón.
La película abre con el noticiero que nos presenta a Charles Muntz (Christopher Plummer), el explorador intrépido que viaja por todo el orbe, con el lema “La aventura está allí afuera” (The Adventure is outhere”). La admiración que Carl y Eli sienten por él los une para siempre.

Pero “el aventurero que nunca se separa de sus perros” es acusado de mentiroso cuando presenta los restos de un ave gigante que habita en las Cataratas Paraíso. Humillado, jura no regresar hasta demostrar que la bestia existe.
Es un reivindicación justa. ¿Pero qué pasa si esa promesa te obsesiona durante cincuenta o más años, te llena de resentimiento, te aísla del mundo, viviendo rodeado de perros con mala leche?
Unidos por un mismo sentimiento: el apego
A ambos personajes los consume un apego desmedido. Son incapaces de soltar el lastre, de liberarse de las declaraciones en forma de promesa que han hecho y que definen su identidad.
El apego de Carl ejerce de motor para emprender su épico viaje; el apego de Charles Mundt lo lleva a una obsesiva persecución de la escurridiza bestia -que no es otro que Kevin-.
Las consecuencias de sus ataduras, de ahí la necesidad de soltar, tienen consecuencias para ellos y quienes los rodean.

- En el final del segundo acto, en el momento de elegir entre rescatar a Kevin para que pueda reunirse con sus hijos, Carl, desesperado, elige salvar su casa. Traiciona la promesa hecha a Russel y rechaza al fiel Doug.
- Por su parte, Charles cree que por fin ha logrado lo que ha perseguido obsesivamente toda la vida, pero, como vemos más adelante, en vez de liberarlo lo lleva a su propia destrucción.
El momento de soltar
Después de traicionar a Russel, a Kevin y Doug, Carl cumple por fin su objetivo: la casa está junto a las cataratas Paraíso.
En ese instante tiene una revelación que lo cambia todo: al abrir el libro de Aventuras de Eli descubre que ella no se sintió en deuda por no haber hecho el viaje soñado, vivió cada momento junto a él como su gran travesía. Fue capaz de desapegarse de ese anhelo para abrirse a otro: disfrutar junto a la persona que amaba, pasara lo que pasara. Carl en cambio sí estaba al debe, apegado a ese sueño. Hasta ese momento, no había cambiado la mirada sobre su mundo.

El libro incluye una invitación de Eli a Carl: vivir a partir de ese momento su propia aventura. Carl se transforma, tiene un nuevo sentido para su vida: la declaración que hizo hace cincuenta años ya no le sirve, la casa ya no es lo importante.
Lo imperioso es cumplir el juramento que ha hecho a Rusell: proteger a Kevin, es un ser vivo, y no aferrarse a una casa que es algo inerte. Rápidamente comienza nuevamente a volar, tira fuera muebles y objetos que pesan excesivamente y se lanza a su nueva misión.
Soy un cazador, no voy a soltar mi presa
Por su parte, Charles Mundt sigue aferrado a la revancha que juró hace

medio siglo. No va a permitir que le roben lo que es suyo, y lo hará a cualquier precio, aunque tenga que lanzar al vacío a Russell o en su último y desesperado intento, disparando a éste, al perro y a la propia ave.
Yendo hasta las últimas consecuencias, una simple tableta de chocolate lo lleva a perder su presa y a su trágico final.
Una nueva vida

Carl ve perderse su casa bajo las nubes, pero ahora sabe que: “es sólo una casa”. Cumpliendo su misión ha descubierto otra forma de estar en el mundo. Ha soltado. Como premio: un nuevo amigo, el incombustible Russell, muchas mascotas y un nuevo hogar: el dirigible del intrépido explorador.
Practicar el desapego es un desafío a veces difícil, nos lleva a cuestionar los juicios que tenemos sobre nosotros mismos -los juicios maestros, los que nos definen-, nos conmina a volver a priorizar qué es lo importante para nuestro presente.
El desapego y la liviandad van de la mano con la transformación. Sin soltar, es mucho más difícil, cuando no imposible, cambiar.
Mira con Atención
¿A qué ideas, objetos o lugares crees estar unida/o indisolublemente y no puedes despegarte a pesar que ya no te aportan valor?
¿Qué consecuencias tiene para tu vida vivir en ese apego?
¿Qué pasaría en tu vida si soltaras aquello a lo que estás firmemente unida/o y dejaras espacio para nuevas vivencias, miradas, personas?
UP (2009)
Guion: Bob Peterson, Pete Docter (Historia: Bob Peterson, Pete Docter, Thomas McCarthy
Director: Pete Docter, Bob Peterson
Voces: Edward Asner, Christopher Plummer, Jordan Nagai, Bob Peterson y más.